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Pan o Circo Por Tamara Nabel

El siglo veinte fue un siglo tumultuoso. Activo. Violento.

Finalizada la guerra mundial quedó clarísimo que la humanidad ya no volvería a ser ese espacio de exploración estética que los nacionalistas lationamericanos hubieran querido. Ni un manifiesto radical en forma de minjitorio, ni una revista literaria con cuentos de Borges. Las personas entendieron que el mundo, tal como lo habían pensado, habia terminado. O tal vez nunca había existido, que es un poco lo mismo. Pero lejos de hacer luto, reagruparse y sanar, la humanidad se sumió en una guerra latente, enervante, peligrosa. Una guerra moderna, con las recién estrenadas armas nucleares y el potencial de destruirlo todo.

Esperando a Godot, la obra emblema de Samuel Beckett sale a la luz a finales de la década del cuarenta. Inagura el teatro del absurdo, ese teatro incómodo, largo, inquietante, aburrido. Ya no hay espacio para hablar de dramas domésticos, ya no hay espacio para historias, el arte, haciéndose eco del nuevo paradigma, encuentra que el lenguaje del siglo diecinueve es altamente insuficiente y anticuado, y es eso mismo lo que queda de manifiesto en las obras de Beckett. Personajes que hablan sin realmente decir nada.

No haremos en este comentario un reconto de los sucesos planetarios de los últimos ochenta años. Creímos, esto si, que las guerras nucleares ya no eran una posibilidad real (ilusos nosotros). Entramos al 2000 con una falsa sensación de seguridad: la modernidad y la civilización nos escudarían de la barbarie. Los últimos diez años, sin embargo, empezaron a mostrar nuevas señales de alarma. El medio ambiente destruido llevo a científicos, conservacionistas, ambientalistas y políticos (mayormente europeos) a hablar de un nuevo fin del mundo. Uno causado precisiamente, por la modernidad y la civilización (esa que nos debería escudar de la barbie, ¿se acuerdan?). Es así que, de a poco, los teatros empiezan a revisitar el absurdo. Con versiones, con agregados, con lenguaje propio, pero igual que Beckett, los artistas contemporáneos, se hacen eco del clima de la época.

En este contexto, aparece Pan o Circo. Una obra en clave de Clown, con elementos beckettianos de un mundo indeterminado, seres sin pasado ni futuro, sin historia. En este sentido, me pareció más que acertada la decisión de clownizar: la simpleza de los personajes es justificada porque son payasos, haciendo el pacto poético más fácil, más accesible, más llevadero.

La actuaciones son excelentes. Es dificil no destacar la labor de José Ferraro, siendo que encarga a un personaje que DEBE ser atrapante, pero realmente todos los actores hicieron un gran trabajo, tanto en la elaboración del personaje, cómo en el uso de los elementos de Clown.

En este sentido, aplaudo el esfuerzo de la dirección por aportar dinamismo y movimiento a textos más bien estancos (recordemos, teatro del absurdo), pero también aparecen recursos expresivos innecesarios, que alargan el ya bastante largo texto, sin aportar gran cosa.

El texto está muy bien logrado, los personajes tienen una construcción robusta y la propuesta narrativa es fiel a la clave beckettiana del absurdo. Personalmente, como dramaturga que alguna vez fui, encontré ciertos diálogos crudos, disonantes con la propuesta narrativa. Las aseveraciones, las explicaciones straight foward subestiman al espectador y desconfían del poder del subtexto, muy bien logrado en este caso. Fuera de eso, la propuesta dramatúrgica es robusta y verosmili, es sólida y original.

Pan o Circo es una obra incómoda con un semplante payacesco, es original, está muy bien actuada. Sin dudas es una propuesta interesante dentro de la cartelera teatral montevideana.

Por tamaranabelok

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