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Espíritu Burlón – por Fernando Johann

Cuando comienza la obra, las peripecias de José Osorio se nos presentan en el escenario como una historia más, como un testimonio perfectamente anónimo de la vida urbana montevideana de «cuando había estación de tren». Rodrigo Spagnuolo hace las veces de narrador y acompañante de los distintos cuadros ya sea con la voz, el sampler, la guitarra o desde la percusión.

La propuesta es una en la que las canciones erupcionan sobre un diálogo que recorre la vida del protagonista. Los niños lo disfrutan (este cronista acudió al Teatro Stella con un representante de 6 años que la pasó muy bien y se quedó canturreando la última canción). Los tiempos son cortos y los recursos, aunque lejos de complejos, son atractivos visualmente.

Espíritu Burlón es dos cosas a la vez: Por un lado es una canción de
Eduardo Mateo y por otro, una consistente muestra de cómo eran las cosas antes, digamos cuando no había internet, pero antes también. El tono musical es en el código de la música de los sesentas y setentas, como es de esperarse, pero ese espíritu trasciende la música.

Sobre el escenario hay un escritorio en donde José Osorio (Nico Varela) se sienta a trabajar en la oficina de correos, un manojo de relojes de distinto formato y presencia que se utilizan en un tramo del desarrollo y una gran pantalla-archivo donde se proyectan animaciones además del video, como un cuarto integrante del elenco con el cual se han coreografiado idas y vueltas de texto.

La historia, el hilo, es secundario. Está plagado de referencias «adultas» que al público infantil se le pasan de largo. Uno (adulto) se queda con las ideas, los niños con la acción.

El elenco lo completa Mariana Escobar, que con mucha sensibilidad musical acompaña a José Osorio primero como Jacinta una cantante brasileña y luego como Kin Tin Tan su hija mexicana.

La propuesta atrae la atención de los chicos, que contestan en vivo a las preguntas retóricas de los artistas sientiéndose parte y a la vez, invita a reflexionar a los adultos en pequeños raptos mientras transcurre la obra. En el fondo, José Osorio es en realidad el espíritu artístico de todos y todas. El mensaje del espectáculo nos recuerda que el tiempo pasa, que el tiempo no se detiene, que no se recupera y que lo importante no espera.

Parar, pensar, hacer lugar a la travesura y convivir por un momento con la música desenfadada en tono setentoso, para quienes no vimos a Eduardo Mateo en vida, y lo tenemos que disfrutar por youtube, quizás sea el mejor homenaje, sin dudas.

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La Sonada Aventura de Ben Malasangue – Por Fernando Johann

Si uno, atraído por el nombre, el plan, el conveniente horario de los sábados, o cualquier otra característica saliente de su título, busca La Sonada Aventura de Ben Malasangüe en google, lo que seguro saldrá primero es una oferta para comprar, quizás en Mercadolibre o alguna de las editoriales que con el tiempo han hecho el trabajo de llevar el libro al mercado.

La Sonada Aventura de Ben Malasangüe es la primera versión teatral musical de la clásica novela para chicos de Ema Wolf, que, valga la aclaración, no es ni spoiler ni mucho menos de lo que puede pasar o vendrá luego, ya sea que se haya leído el libro primero, o que esta puesta teatral los lleve a la lectura.

La versión que nos ocupa irradia musicalidad desde el primer momento hasta el último. Es, en ese sentido, un evento sumamente atractivo para los niños y jóvenes que ven robada su atención. Las canciones son pegadizas y acompañan la historia de forma integral, respetando las reglas formales del musical.

En la historia, que nos cuenta un gato (Hernán Lewkowicz, el más constante en todo el devenir de la puesta), un capitán de mar (Malasangüe) y su tripulación, asfixiados por el tiempo que hace que están en altamar, terminan por tocar tierra en una isla. Presumiéndola desierta se disponen a encontrar qué comer y beber y terminan dando con un casco habitado, al centro de una plantación gigantesca de bananas. 

La acción se complica cuando los residentes de la finca, engañados por sus propios miedos, deciden que los recién llegados tienen una agenda subrepticia para nada conveniente. El regente local es el baronet (interpretado por Gastón Jeandet, el más cómico y comprometido con el tono de la obra) que a su vez tiene dos sobrinos, Floriana y Alfredo, con su propia línea argumental. Si algo puede decirse de la forma en la que está presentada la historia es que no faltan los detalles.

La totalidad del elenco cumple múltiples funciones, en ocasiones cantando y en otras tocando diferentes instrumentos, en algunos casos haciendo ambas. Cuando la tensión se aplana apenas, siempre hay alguien dispuesto a la estridencia para volver a llamar la atención de los niños. Este cronista fue testigo de como ninguno se aburrió, en ningún momento.

La línea argumental es de piratas sólo en teoría, ya que toda la semiótica está repleta de referencias a la cultura rioplatense y sus minucias. Desde los ritmos, pasando por los mates y las referencias gastronómicas hasta el literal desembarco en un “mar de agua dulce”. El texto entretiene.

Esta oferta de invierno en el Galpón de Guevara, con música y canto en vivo, y el muy conveniente horario “post siesta” es una garantía de divertimento para chicos. Una muy buena alternativa en estas vacaciones.

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Yatencontraré – Por Fernando Johann

Quienes tienen la suerte de compartir cultura con las regiones del país más cercanas a la naturaleza virgen, saben de los muchos elementos, legendarios algunos, folklóricos otros, que relacionan la vida de todos los días con la magia de la selva, el río y los animales que allí viven.

Una de ellas, no la más autóctona pero al fin, es la que cuenta que el séptimo hijo varón posee, además de un padrino presidente, una habilidad muy particular de transformar su cuerpo al de un animal, coincidente con los ciclos de la luna.
Así es que en la Aldea Miní (lindo juego de palabras entre el tamaño y el acento de la palabra en guaraní), una minúscula aldea litoraleña con claros tonos del norte de la mesopotamia, en donde nos encontramos sólo con dos casas, habitan dos familias que allí viven apaciblemente.

Daniel Casablanca, Guadalupe Bervih, autores y actores y actores (y también cantantes) de esta puesta, nos cuentan y representan las vidas de  los Pereyraté y los Garciareté. Ambos apellidos con siete hijos, niños por un lado, niñas por el otro. La historia central, aunque corta, es la de los séptimos. Los, según la leyenda, especiales.

Haciendo las veces de todos los personajes, Casablanca y Bervih utilizan mínimos elementos para traer a la escena un sapo, un chancho, un yaguareté, un yacaré. Alternando relato, hábil y atractivo, con canciones que recorren la acción.

Desde atrás, pero siempre incorporados a la dinámica de los actores, los músicos en escena: Ricardo Scalise, Dolores Usandivaras acompañan con guitarra y acordeón, amalgamados en todo momento al tono del momento. Las melodías, muy pegadizas, hacen participar a los niños de manera natural. La música de la obra es sin dudas uno de los elementos salientes.

Todo el show es acompañado por una película, creada en vivo por Alejandro Bustos en la técnica de sombras de arena. El recurso, que ya tiene bastante exigencia al hacerse sobre el escenario, se utiliza además para interactuar con los personajes, como elemento de “efectos especiales”. Realmente un toque que hechiza a la audiencia, grandes y chicos.

Muy interesante programa para hacer en el marco de un despertar a otros ritmos, otro tipo de fábulas y un humor inocente. Los chicos se prenden magnéticamente desde el principio.

Dramaturgia: Daniel Casablanca, Guadalupe Bervih

Dirección: Andrés Sahade 

Elenco: Daniel Casablanca y Guadalupe Bervih

Música Original: Ricardo Scalise

Voz y Acordeón: Dolores Usandivaras

Sombras de Arena: Alejandro Bustos

Diseño de Arte: Analía Cristina Morales

Realización: Walter Lamas

Vestuario: Jorge Maselli y Beatriz Pertot

Diseño de Luces: Sebastián Ochoa

Asistencia de Producción: Melanie Gómez Moschen

Comunicación: Varas Otero

Diseño Gráfico: María Ana Tapia Sasot

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Cantando sobre la mesa – Por Fernando Johann


Las obras musicales de Midón y Gianni cuentan con un sello de garantía que no muchos poseen. Cantando sobre la mesa, escrita hace treinta años y en esta puesta, atravesando su tercera temporada, no es en lo más mínimo una excepción a esa expectativa.
La música se entremezcla con una dinámica imaginaria muy activa que atrae, quizás lo más importante de un plan con chicos, a los más pequeños de la sala con una eficiencia que le vale el mote de mágico.Aunque el público ideal probablemente no sean niños menores de 4 años, la sala se vió muy activa (mi hijo entre ellos) aún en esos infantes que no llegaban a dar aún sus cuatro vueltas al sol. La verdad es que los chicos la pasan muy bien.

Los padres también tienen oportunidad de divertirse ya que, a pesar que esta no es de las obras cargadas de contenido entre líneas de la dupla creativa Midón-Gianni, hay los suficientes chistes para pasar un buen rato. Dato interesante, el teatro 25 de Mayo (que vale la pena conocerlo solo por su arquitectura) cuenta con una gran “playa de estacionamiento” para coches, caso que los padres y/o abuelos asistan con más de un hijo/nieto. La practicidad se agradece.

Toda la obra está exquisitamente cantada. Los arreglos son de una complejidad justa y todos los integrantes del elenco (son 7 cantantes más los músicos) desempeñan de manera espléndida su rol. Las canciones son atractivas al oído e integran al público sin interpelarlo o masticarle el contenido. Ambos ingredientes necesarios para shows apuntados a niños que, a pesar de las tres décadas pasadas, sigue siendo efectivo.

El espectáculo vale la pena para conocer el teatro, mucho más por la calidad de la ejecución musical y el contenido, pero además, vale la pena ir a ver la labor de Martín Ruiz. Se que no estoy descubriendo nada, pero la cantidad de recursos, la prolijidad, la delicadeza con la que Ruiz recorre todo el espectro de su garganta, su cuerpo y su energía son en sí mismos un show aparte. Atención especial al futuro de Laura Bertonazzi que logró desde su lugar una magnética performance.

Muy recomendable plan de vacaciones de invierno. Muy recomendable plan en general.
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El Pimiento Verdi – Por Fernando Johann

Si uno pudiera abusar de la confianza de sus amigos para celebrar en una noche cualquiera una reunión temática que satisfaga las pasiones propias,  si entre nuestros afectos cercanos se encontraran además, grandes talentos a la hora de la ejecución de algún instrumento, el canto, la performance, seguramente terminaría con una velada como la que Sito, el dueño del Restaurant “El Pimiento Verdi” organizó con intención de festejar el bicentenario de su compositor de ópera favorito.

El escenario de la sala Martín Coronado, en el Teatro San Martín, acomoda algunos de los integrantes del público sobre sus tablas, como comensales de una noche conmemorativa que tiene lugar en algún momento del año 2013 (de manera adaptada) aquí, en Buenos Aires.

Uno de los mozos del restaurant será nuestro pianista y los invitados de la mesa central, los cantantes que inundarán de lírica la velada. Ese es, al menos, el plan que el propio Sito (Nacho Gadano, convincente más en su amor a la música que en su rol de empresario) explica con lujo de detalles al comenzar la función. Pero no todo sale a pedir de boca, ya que desde el comienzo de la noche, “infiltrados” (y también cantantes), amantes de la música de Richard Wagner toman por asalto la organización de la fiesta.
El desarrollo de la obra completa se apoya sobre la mentada comparación entre los dos pilares más importantes de la ópera: Verdi y Wagner. Los personajes (cantantes y no cantantes) se turnan para aportar su granito de arena a la discusión. La tela para cortar no es poca y como se ve en la obra, o en cualquier oportunidad en la que esto le suceda en vivo y en directo, la conversación suele continuar hasta que ya las velas no arden.

El cuarteto de actores/cantantes principales, dos tenores y dos sopranos (que en la obra son sendas parejas, una con facciones Italianas, admiradores de Verdi y la otra con claras facciones teutonas, amantes de Wagner.), tienen no sólo la responsabilidad de la expresión musical, sino que además deben cargar con los parlamentos sobre musicología, sociología, política y moralidad.  En ese espacio la performance es muy pareja, el canto esta a la altura de la actuación.

La idea de la noche homenaje se transforma rápidamente en un plan de ataque, de desprestigio de uno y otro bando comenzando con la producción musical de los compositores, pasando por la vida personal de los mismos y finalmente una crítica a lo que representa que a nosotros, como individuos, nos guste sea Verdi, sea Wagner.

Todo tiene un comedia cuidada con todos los componentes: juego de palabas, disfraces, circo, performance, y un final inesperado. El equipo Verdiano (Mintz y Gomez) vence en el plano moral y social, los del cuadro Wagneriano (Sigur y Arrúa Lichi) son los vencedores musicales.
Son los mismos cómplices, quienes con el resultado puesto, proponen y ejecutan ágilimente una obra inédita a modo de síntesis, con música de Verdi, pero guión de Wagner.

El dramaturgo catalán Albert Boadella, presente en Buenos Aires para dirigir la obra que nos ocupa, propone un texto (mezclado con arias hit de la opera del siglo XIX) que cumple con varias funciones, probablemente no todas intencionales.
La primera y la más importante sin ninguna duda tiene que ver con poner una vez más el tema sobre la mesa. Las diferencias entre estos dos polos musicales son totales. Sus acciones, decisiones y opiniones en vida han sido diametralmente opuestas y no es sencillo una vez conocido el contenido, no incluirlo dentro de la ponderación que hacemos de sus aportes musicales.
La explicación de los factores que componen el discurso es sin embargo un tanto inocente, y en algunos pasajes demasiado desnudo como para dejar al espectador hacer su propio esfuerzo. Al estilo de Verdi, el contenido esta resuelto. La realidad descripta está muy clara y no permite maniobra.

Con todo, la propuesta es fresca. Es ciertamente una parada obligada en el circuito turístico teatral de este 2015 y contribuye a afianzar el ecosistema lírico teatral de Buenos Aires que tan buen crecimiento ha tenido en la última década.


El pimiento Verdi, escrita y dirigida por el barcelonés Albert Boadella. Los intérpretes son Nacho Gadano, Mirta Arrúa Lichi, Santiago Sirur, Carolina Gómez, Nacho Mintz, Víctor Hugo Díaz, Damián Mahler (pianista), Miguel Drappo y Flor Benítez.
Los adjuntos de dirección son Martina Cabanas y Borja Mariño. La iluminación es de Bernat Jansà, el vestuario de Isabel López, el diseño de reposición de vestuario de Aníbal Duarte y la escenografía de Josune Cañas.
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Teatro Musical

Pegados – Por Fernando Johann

“Nos hemos gastao una buena pasta” y por eso los actores hablan con el acento de la madre patria. Esta es la explicación que se nos da a los que estamos sentados en las butacas del teatro Chacarerean apenas comenzada la función. Es que da Capo al Fine, los intérpretes de este musical tendrán en el canto y los parlamentos ese gustillo que uno sentiría si estuviese viendo (y sobre todo escuchando) esta performance en Madrid, Valladolid o Salamanca.
Esto es una particularidad por que los artistas son argentinos, no es una puesta con actores y cantantes españoles, pero suena a España igual. Dejemos por un momento este punto para más adelante.

“Pegados” es un musical con una historia peculiar para contar. La historia es la de dos anónimos de turno, dos casualidades de la noche, que por obra de vaya a saber que circunstancia sufren el improbable, pero “posible” accidente de no poder separarse una vez que hubieran iniciado el acto sexual. Id est: están pegados, abotonados, encastraos. Como sea que se enuncie, la situación es la misma: estas dos personas, al menos por un tiempo, serán dos partes de una sola.

El argumento es simple y sirve de muleta para que el humor camine sobre el escenario. Dos seres humanos, un chico y una chica, semidesnudos y sin poder remediarlo, deberán esperar a un médico que nunca llegará, presos de la singular situación en la que uno se encuentra inserto dentro del otro. De manera bastante obvia, esto representa un desafío físico, ya que los cantantes deben someterse a un sinnúmero de contorsiones y maniobras conjuntas para ir acomodándose en el escenario, siempre unidos a la altura de la cintura, y para agregar aún más complicaciones, todo sucede sobre una camilla de hospital en la que ambos vivirán durante toda la obra. Después de todo, es allí en donde se encuentran, en un nosocomio.

La particular cercanía obligada propone conversaciones e intimidades entre los personajes que, evidentemente, durante la noche que llevó a esta situación no fueron posibles o no hubo tiempo como para que sucedan. Como consecuencia, la tensión romántica que podría haber surgido si se hubiesen conocido en una clase de pintura o haciendo yoga, se manifiesta mientras el doctor de guardia se toma su tiempo para venir a atenderlos.

El desempeño de los actores está a la altura de la puesta y de la exigencia de la misma. Si bien no es particularmente desafiante, los arreglos que se han compuesto para los dúos son interesantes y ambos protagonistas cumplen en su rol de entregar armonía desde el escenario.
Ella, Vanesa Butera, muestra una resistencia en mantener el personaje con acento español que no flaquea nunca, ni desde el canto, ni en los parlamentos en prosa. Él, Ignacio de Santis, bien podría pasar por inmigrante español, pero dicho esto, hubo algunos pasajes de la obra en la que su voz sonó algo menos potente de lo necesario.
Al dúo de protagonistas se suma Karina Hernández, que no sólo debe ponerse en la piel de la enfermera de turno sino que además tiene la responsabilidad de  materializar a las madres tanto de ella como de él, en formidables transiciones humorísticas aprovechando la multiplicidad de personajes. El cuarteto se completa con un pianista/actor/cantante (la música instrumental es en vivo), Santiago Otero Ramos, que a pesar de tener pocos parlamentos es esencial para el correcto desarrollo, tanto de la música como del humor.

Pegados
 es una apuesta a un musical liviano pero cuidado y muy bien cantado. Es una producción local con acento extranjero, acento que en algún punto hasta parece necesario para que los chistes funcionen y que la cadencia de la rima tenga coherencia. Es un desafío a los parámetros del rubro en la escena porteña que habrá que seguir de cerca para ver cuál es el resultado.


Elenco: Luz Cipriota – Ignacio de Santis – Karina Hernández – Santiago Otero Ramos
Texto: Ferrán González
Letras y música: Ferrán Gonzalez y Alicia Serrat
Dirección: Valeria Ambrosio
Dirección Musical: Santiago Otero Ramos

Coreografía: Verónica Pecollo
Diseño de escenografía: Ana Repetto
Vestuario: Alejandra Robotti
Diseño de luces: Juan Garcia
Diseño audiovisual: Ahiu Pourteau

Elenco original: Vanesa Butera – Ignacio de Santis – Karina Hernández – Santiago Otero Ramos
Producción general: Marcelo Zitelli, Luís Sartor, Martín Cortes Para  54-11 Producciones.
Asistente de producción: Camila Zitelli
Asistente de dirección y Stage manager: Ahiu Pourteau
Coach Actoral: Sergio Calvo
Coach Vocal: Sebastián Mazzoni
Realización de video: Ahiu Pourteau
Diseño grafico: Sergio Calvo
Fotografía: Nacho Lunadei
Comunicación web: Poncharte 
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Inevitable / Inagotable – Por Fernando Johann

La experiencia musical personal puede ser casi cualquier cosa desde el ejercicio intelectual que realiza un director de orquesta leyendo por primera vez una partitura, hasta el pogo frenético en el centro del campo de juego en un estadio de fútbol.
Al respecto, se puede decir que la puesta que realizan Valeria Pagola y Federico Joselevich Puiggrós tiene un poco, condimentos, de todo ese espectro. Esto cobra relevancia cuando se piensa en la cantidad de trabajo que se ha realizado antes de la puesta, ya que nos hace sospechar que es posible que esa compleja mezcla de sensaciones haya sido diseñada de esa manera en algún momento en la cabeza de los artistas.

A Valeria Pagola la musicalidad le sobra, tanto que se le escapa del cuerpo, se le cae. Literalmente. En el ojo de (o en la sociedad con) Joselevich Puiggrós, pareciera que es este en particular el rasgo a descomponer y retratar de la coreógrafa, bailarina y cantante, que en este caso además necesita el título de compositora y directora.

La puesta en una sala con cómodos ocho metros de profundidad comienza con los tintineantes ruidos de los instrumentos alternativos en una disposición escénica que podría confundirse con la de algún culto oscurantista. Pagola empieza su performance en el centro de la escena y a lo largo del show, recorre todo el suelo del teatro jugando con ranitas mecánicas, acomodando y desparramando “huevos” sonajeros de semillas, tocando la flauta y claro, cantando. Puiggrós, sigue de cerca la actividad, participando cuando la tecnología muestra sus límites: hay algunos elementos que hay que mover y acomodar; pero salvando esos momentos, su trabajo lo realizó con anterioridad.

La oscuridad y la luz son elementos claves de la obra/concierto, ya que en el escenario Puiggrós ha coreografiado, sobre los movimientos estudiados y precisos de Pagola una relación entre las proyecciones y la actriz que por momentos parecen totalmente aleatorias e improvisadas. Cuando estamos seguros de que este es el caso, un movimiento exacto y ensayado seguramente muchas veces nos muestran que no, que no hay nada casual. Hay estudio y preparación detrás de todo.
La música, o de nuevo, la experiencia musical que se nos propone es mixta y compleja. Pagola canta intermitentemente y de manera impecable, con una voz cuidada y controlada. Pero no es todo lo que hace. Su apuesta para este espectáculo es fruto de un trabajo de estudio en base a la voz y el movimiento que, a decir de los artistas después de los aplausos, quiso crecer más y transformarse en una criatura multimedial. Las palabras, las cantadas y las no tanto, invaden la escena y juegan de manera integrada al mensaje. La referencia permanente al mundo de las aves, ya sea por el acto natural de generar melodías o por la actitud de empollar el fruto de la especie, se mete en la sonoridad y por momentos “obliga” a la cantante a transformarse un poco en ave y mostrar que ese animal está presente sobre el escenario.

Al salir de la sala el sentimiento es raro. Quizás sea este un show para iniciados. Quizás sea un show para iniciarse. Para experimentar la música de una forma distinta, con más matices entre el ejercicio intelectual y el pogo rockero. En la sala, espiando para atrás, seguro se encontrarán las dos cosas: Quien no puede soportarlo y se mueve al ritmo, y quien se ha quedado pensando.


Intérprete música y danza: Valeria Pagola
Arte multimedial: Federico Joselevich Puiggrós Diseño de iluminación: Ricardo Sica Asistencia repertorio lírico: Víctor Torres Entrenamiento rítmico musical: Guido Karp Prensa: Correydile Fotografía: Martín Lanciano – Laura Casalongue Asistencia de dirección: Laura Casalongue – Franco La Pietra Ayudante montaje: Rodrigo Milemacci
Autoría y Dirección: Valeria Pagola
Duración: 60 minutos
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Teatro Musical

Marica – Por Tamara Nabel

La obra de Ferderico García Lorca es considerada fundacional para la literatura tanto poética como dramática en español durante el siglo XX. Autor de nueve libros de poemas y once obras de teatro (más una inacabada), fue asesinado el 18 de agosto de 1936, a los 38 años. Fue fusilado anónimamente, en su amada Granada, sin ningún tipo de distinción por su fama a nivel mundial. Federico yace enterrado en una fosa común de ubicación inexacta. La muerte de Federico García Lorca es un mito y es un símbolo. En el imaginario popular encarna el contraste del totalitarismo intolerante frente al pensamiento poético y libre, que aunque muerto su creador, vive en sus obras. 


Pepe Cibirán Campoy intenta recrear el contexto de la muerte de García Lorca. Imagina a sus padres, a su amigo-amante Salvador Dalí, lo imagina a él y al Capitán en manos de quien está su fusilamiento. Con un texto poético y rítmico, plasma su propia fantasía y la comparte, encarnando él mismo a todos los personajes.

La puesta, a cargo del autor, se centra en la figura central del actor y matiza los diferentes momentos con juegos bruscos de luces. Marca enfáticamente el cambio de personaje, y si bien de a momentos aparece como un recurso visto infinitas veces, se agradece la ayuda porque los personajes son muchos y se suceden sin pausa.
En este punto, vale la pena recalcar que Cibrian Campoy lee la obra. Descarta una a una las hojas leídas generando un efecto visual que rompe con el binomio iluminación-actor, aunque la decisión de no memorizarla, atenta contra su capacidad gestual y expresiva, disminuyendo las posibilidades interpretativas. Adicionalmente, el uso de micrófono, le quita visceralidad y humanidad a su voz.

Marica se presenta como una obra profundamente poética, con un mensaje claro y personal de su creador. Es una gran oportunidad para acercarse a este emblemático personaje del teatro argentino.

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Amor de Tango – Por Tamara Nabel

Ivonne es una francesa que se enamora de El Porteñito, un prototípico hijo de Buenos Aires viviendo en la bohemia París. Se enamoran y todo va bien hasta que la nostalgia se apodera del protagonista y, acompañado por su amada, decide volverse a su tierra natal.

La historia es simple. Pertenece a un tango de Enrique Cadícamo que Manuel González Gil y Marisé Montero adaptaron para teatro. En realidad, la trama no es más que una excusa para encadenar uno con otro los diferentes tangos y darle un hilo conductor al espectáculo. 


Lo realmente fabuloso es la sobresaliente y maravillosa labor de los intérpretes Guillermo Fernández y Alicia Vignola. No sólo en lo vocal, también en lo actoral e interpretativo, llenan con sus voces matizadas todo el teatro, disfrutando cada nota, sintiendo cada palabra. Por supuesto la presencia de Federico Mizrahi en el piano y arreglos no es un dato menor. Entre los tres arman un espectáculo dinámico, bello, armonioso y sobre todo placentero, del que poco se puede decir salvo ¡bravo! 

Luis Longhi en el bandoneón y como relator sólo agrega dinamismo y humor a la puesta. Su figura es indispensable para descontracturar la solemnidad en la que, en ciertos momentos,  cae la obra. Sobresalen sus habilidades payasescas y embellece la ya hermosa musicalidad cuando, de vez en vez,  toca el bandoneón. 

La dirección, a cargo de Manuel  González Gil, enfatiza en la música. La puesta es despojada, con los elementos justos, sin escenografía. Los personajes actúan en función de la cadencia y de la letra de los tangos y hasta la decisión de hacer entrar a una pareja de bailarines para darles tiempo a los actores de cambiarse de vestuario, nos permite seguir disfrutando de la labor interpretativa de Mizrahi. González Gil entendió que la música es la protagonista y celebro la decisión de darle el rol protagónico.  

Un Amor de Tango es un espectáculo para disfrutar de principio a fin.