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Ballet Nacional de España – Por Fernando Johann

Una bandera de España llena el proscenio del Teatro Coliseo al comenzar la función del Ballet Nacional de España. Es una bandera poética, de pinceladas expresivas y sobre todo, construida con la iluminación (amarillo gualda) y el vestido que porta (rojo) una de las bailarinas de la compañía.
La elección claro que no es casual, ni mucho menos. El Ballet Nacional de España es una compañía de danza fundada en 1978 que ha hecho sobre todo, presencia en todo el globo con giras internacionales que aseguran su proyección mundial. El cometido de la institución es preservar y difundir el patrimonio coreográfico español concentrado, podría decirse, de manera académica y estilizada, en el folklore Andaluz, El bolero y el flamenco. Ergo: bandera de España al levantar el telón.

El director Antonio Najarro, al frente de la agrupación desde 2011 trae en este viaje piezas de muy diversa complejidad, potencia y creatividad. Con tonos y acordes que surgen del presente y coplas cantadas por primera vez en Los Lombardos de Andalucía.

Mezclando piezas de corte unipersonal y de pareja, con otras de carácter grupal y coreográfico, los dos actos de la noche y sus ciento veinte minutos se pasan de manera amena, sin aburrir nunca. La dinámica ágil de la escenografía, siempre cambiante y la espectacularidad del vestuario (distinto para cada salida) hacen de la noche una montaña rusa de la que mucho se podrá decir, pero nunca ignorar.

La función del pasado 11 de junio, el estreno en Buenos Aires de una gira que también incluye a Santiago de Chile, mostró una sola escena unipersonal, algo falta de compromiso, quizás con el escenario demasiado grande. Inmaculada Salomón hizo un fenomenal despliegue de sus habilidades con las castañuelas para luego terminar sin fuerza el lance a modo de monólogo.

Una pieza para hacer un cuadro fue el Bolero de Ravel. Una genial idea pensada por Rafael Aguilar, llevada adelante con muchísimo talento y preocupación por los detalles por parte del ballet y con la expresividad asombrosa de Sergio Bernal. Una pieza refrescante de diálogo entre la música inmortal del compositor francés con el esfuerzo y coordinación física de los bailarines españoles del siglo XXI. Aplausos hasta el cansancio.

Era de esperarse que las piezas de mayor número de bailarines en escena fueran las más emocionantes y esto se cumplió a la altura de las expectativas. Sin caer en la repetición, explotando ideas muy interesantes, la puesta estuvo siempre por delante del público, prolijos en la sincronicidad, cálidos en la conexión. Ver a veintiséis personas moviéndose como un solo cuerpo al ritmo de la música es abrumador pero raramente el espectáculo nunca empalaga.

El uso de las castañuelas y las coreografías, las coordinaciones tan complejas entre las diferentes partes del cuerpo hasta provocan que un espectador se distraiga y deje de ver lo que pasa sobre las tablas, El esfuerzo de los artistas consigue, sin embargo, llevar de nuevo el foco a ellos, todos sin excepción, de cuerpos esculturales.

Los cantaores Saray Muñoz y Gabriel de la Tomasa estuvieron siempre exactos. La voz con el tono imposiblemente flamenco el cien por ciento de la noche sin ningún minúsculo desliz ni por fracción de segundo alguna.

La compañía se queda hasta el 16 de junio en nuestro país, con funciones todos los días. Como demostró la casa colmada en el estreno con las cuatro plantas del teatro ocupadas, una experiencia que vale la pena