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Espíritu Burlón – por Fernando Johann

Cuando comienza la obra, las peripecias de José Osorio se nos presentan en el escenario como una historia más, como un testimonio perfectamente anónimo de la vida urbana montevideana de «cuando había estación de tren». Rodrigo Spagnuolo hace las veces de narrador y acompañante de los distintos cuadros ya sea con la voz, el sampler, la guitarra o desde la percusión.

La propuesta es una en la que las canciones erupcionan sobre un diálogo que recorre la vida del protagonista. Los niños lo disfrutan (este cronista acudió al Teatro Stella con un representante de 6 años que la pasó muy bien y se quedó canturreando la última canción). Los tiempos son cortos y los recursos, aunque lejos de complejos, son atractivos visualmente.

Espíritu Burlón es dos cosas a la vez: Por un lado es una canción de
Eduardo Mateo y por otro, una consistente muestra de cómo eran las cosas antes, digamos cuando no había internet, pero antes también. El tono musical es en el código de la música de los sesentas y setentas, como es de esperarse, pero ese espíritu trasciende la música.

Sobre el escenario hay un escritorio en donde José Osorio (Nico Varela) se sienta a trabajar en la oficina de correos, un manojo de relojes de distinto formato y presencia que se utilizan en un tramo del desarrollo y una gran pantalla-archivo donde se proyectan animaciones además del video, como un cuarto integrante del elenco con el cual se han coreografiado idas y vueltas de texto.

La historia, el hilo, es secundario. Está plagado de referencias «adultas» que al público infantil se le pasan de largo. Uno (adulto) se queda con las ideas, los niños con la acción.

El elenco lo completa Mariana Escobar, que con mucha sensibilidad musical acompaña a José Osorio primero como Jacinta una cantante brasileña y luego como Kin Tin Tan su hija mexicana.

La propuesta atrae la atención de los chicos, que contestan en vivo a las preguntas retóricas de los artistas sientiéndose parte y a la vez, invita a reflexionar a los adultos en pequeños raptos mientras transcurre la obra. En el fondo, José Osorio es en realidad el espíritu artístico de todos y todas. El mensaje del espectáculo nos recuerda que el tiempo pasa, que el tiempo no se detiene, que no se recupera y que lo importante no espera.

Parar, pensar, hacer lugar a la travesura y convivir por un momento con la música desenfadada en tono setentoso, para quienes no vimos a Eduardo Mateo en vida, y lo tenemos que disfrutar por youtube, quizás sea el mejor homenaje, sin dudas.

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La Rimbombante Travesía del Ropero Disparate por Tamara Nabel

Un ropero encantador (y encantado) alberga a estos cuatro payasos: Un músico actor y tres actruces musicales. Llegan viajando desde mundos increíbes y nos proponen un pacto poético maravilloso: viajar con la imaginación. Con hermosos vestuarios de colores, unos banderines y el ropero multipropósito (escenográficamente hablando) los actores cargan con la inmensa responsabilidad de sostener la ateción de los chicos, sin más elementos que sus cuerpos, un desafío inmenso, del que salen airosos sin duda. Romina Kuyunjian, Eliana Routin, Camilo Routin y Lucía Santamaría encarnar a cuatro entrañables personajes con pareja habilidad y visible cohesión grupal, imprescindible en la coreografía gestual payacesca. Ayer en la función de prensa, eramos mayoría de adultos y eso hacía extraña la experiencia de una obra infantil. Por suerte los pocos chicos que estaban dejaron muy claro que estaban pasandola muy bien.

Más allá de la historia del viaje, que no viene al caso, me interesa sobre todo entrar en el contenido. A diferencia de la gran mayoría de obras infantiles, estamos en presencia de una auténtica obra de teatro de texto. Lo QUE se dice es IMPORTANTE. Lo que se dice, es el todo de esta obra, que interpela a los espectadores y los hace poner un uso toda la potencia de su imaginación. Por supuesto no estoy queriendo decir que los actores de teatro infantil improvisan o no saben su líneas, no. Me refiero a que en este caso, el texto está minuciosamente pensado, las palabras que se usan, las frases, están ahí a propósito, para empujar a los espectadores a ampliar de a pasitos, pero sostenidamente, la incorporación de macromundo en sus mentes en formación. El desafío es conmovedor. Porponerle a un niño de seis, siete años este viaje fantástico, con tan pocos elementos-ancla y pedirle que más allá de aceptar el pacto, lo haga con salpicaduras de palabras «dificiles» es maravilloso. Sobre todo, porque funciona.

La propuesta estética de Paula Villalba es interesante. El ropero funciona en todos los niveles de teatralidad: utilería, escenografía, narración. El ropero marca el ritmo de la historia, sirve de capullo, de nave, de refugio. Incluso es interesante pensar que el ropero, como elemento cotidiano, también cayó en desuso, es muy posible que los chiquilines que van a ver la obra no hayan visto uno real jamás. He aquí otro elemento de expansión del conocimiento en el mismo sentido que mencioné en el párrafo anterior. El vestuario, el maquillaje y las pelucas son perfectos, atraen la atención visual y ponen de manifiesto, sutilmente, la unicidad de cada personaje. Vale mencionar también la excelente labor de la dirección, que hizo de la puesta algo fluído y veloz, entretenido y visual, sin desestimar el valor del texto. Las actuaciones fueron parejas y se notaron amalgamadas, atentas al esíritu grupal y a la propuesta física de los demás.

Me interesa dedicar un espacio al contenido de la obra. Hace tiempo que no me encontraba con una propuesta (¿tal vez desde Hugo Midón en Buenos Aires?) que cuestionara la naturaleza de los elemenos, que mencionara y discutiera y PUSIERA EN PALABRAS la realidad de los vínculos entre personas. Los textos infantiles en general tienden a sostener la atención en lo visual, contando historias sencillas con un hilo conductor simple, o haciendo humor con enredos o gestos grandilocuentes, pero no es habitual encontrar personajes con peso, armados, con contradicciones y fricciones. Festejo la audacia, brindo por no subestimar a los niños y por transformar la experiencia teatral en algo transformador y sublime, no en un mero entretenimiento visual muchas veces inconsecuente.

Hermosa propuesta teatral, insto desde esta columna a no perderse a puesta de La Rimbombante Travesía del Ropero Disparate, lo van a disfrutar.

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Opalalá, el Circo Único por Tamara Nabel

Ir al teatro en pandemia es una expericia trascendental. Es una declaración de principios, un grito de guerra. Ir al teatro en el medio de este pandemonio con un chiquilin de la mano, es una canción de amor.

La experiencia comienza apenas ingresamos al auditorio Nelly Goitiño, una enorme y hermosa sala, que nos recibe «ocupada» por un montón de bocetos de antiguos vestuarios escénicos, cubriendo los espacios vacíos reglamentarios en función del aforo permitido del teatro (33%). Son pocos los ascientos libres para nosotros, padres, abuelos y chicos y la separación agudiza la extrañeza de la situación, una obra de teatro ifantil semivacía no es algo cotidiano. Sin dudas es un gran desafío para los actores, quienes tienen que llenar con su voz y energía una sala enorme, haciendo sintonía fina de los ritmos de la audiencia con poquitísima información. Una música circence nos compañó hasta que (¡por fin!) se apagaron las luces y apareció la payasa Leandra, dando comienzo al espectáculo.

El espectáculo es una propuesta de circo en clave payasezca, de muy fácil acceso para niños a partir de cinco años (Ellos reomiendan más de tres, para esta madre/cronista más de cinco es ideal), que no solo recorre los números tradicionales de un circo sino que lo hace con un dinamismo y una conexión con el público que mantiene a la audiencia capturada hasta el aplauso final. Desfilan por la carpa del circo Opalala un malabarista, un acróbata, un ilusionista y para el gran final, una domadora de leones con el leon. Siempre mediados por la hilarante aparición de la payasa Leandra, quien como queda más que claro, es la presentadora de los números. Es refrescante ver cómo chiquilines de cinco, seis o siete años, totalmente embedidos en el mundo digital, aceptan el pacto poético del teatro (sobre todo si tenemos en cuenta de que los circos tradicionales estan semi extintos y que los chicos solo los conocen por relatos de adultos, casi como a los piratas) y disfrutan y se ríen mirando el quehacer de estos dos muy hábiles y experimentados payasos. Personalmente tuve la maravillosa experiencia de ser acompañada por mi hijo mayor, de seis años, quien a pesar de mis constantes pedidos en voz baja, no pudo permanecer sentado en su silla, y se paraba, capturado por la emoción y las carcajadas, como si estar sentado fuera detrimental para el disfrute.

Mención aparte merece la dirección de este espcectáculo. Más allá de los talentos actorales, materia prima de primera, de Lía Jaluff (Leandra) y Sebastián Laenz (Rómulo), el espectáculo tiene un acabado brillante, un pulido y lustrado tan logrado, que podríamos encontrar ahí la clave del éxito. Me refiero por ejemplo a los pocos elementos de utilería, explotados en todas sus posibilidades, que juegan un rol fundamental en la narración. Hablo del vestuario, elemento clave en una obra de payasos. De la música, del uso de las luces. Todas las variantes trabajan en función de lograr un dinamismo cronometrado y logran sin duda resaltar el ritmo humorístico del espectáculo.

Mi sensación es que esta obra es un salvavidas de teatro en medio de la nada. Quienes quieran volver a llevar a los pequeños al teatro, después de la larga ausencia, Circo Único de Opa Payasos es la mejor opción.

¡Bienvenidos nuevamente!

Ficha técica:

Equipo creativo: Elenco: Lia Jaluff, Sebastián Laenz

Creación en técnica malabares y acrobacia: Sebastián Laenz

Dirección: Sebastián Baez

Diseño de escenografía y vestuario: Agustín Rabellino

Diseño de iluminación: Leticia Martínez

Diseño sonoro y composición musical: Bruno Tognola

Diseño gráfico: Carolina Diaz / Gen

Diseño Producción: Louisa Mari

Fotografía: Reinando Altamirano

Realización: Opa! Payasos

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La Sonada Aventura de Ben Malasangue – Por Fernando Johann

Si uno, atraído por el nombre, el plan, el conveniente horario de los sábados, o cualquier otra característica saliente de su título, busca La Sonada Aventura de Ben Malasangüe en google, lo que seguro saldrá primero es una oferta para comprar, quizás en Mercadolibre o alguna de las editoriales que con el tiempo han hecho el trabajo de llevar el libro al mercado.

La Sonada Aventura de Ben Malasangüe es la primera versión teatral musical de la clásica novela para chicos de Ema Wolf, que, valga la aclaración, no es ni spoiler ni mucho menos de lo que puede pasar o vendrá luego, ya sea que se haya leído el libro primero, o que esta puesta teatral los lleve a la lectura.

La versión que nos ocupa irradia musicalidad desde el primer momento hasta el último. Es, en ese sentido, un evento sumamente atractivo para los niños y jóvenes que ven robada su atención. Las canciones son pegadizas y acompañan la historia de forma integral, respetando las reglas formales del musical.

En la historia, que nos cuenta un gato (Hernán Lewkowicz, el más constante en todo el devenir de la puesta), un capitán de mar (Malasangüe) y su tripulación, asfixiados por el tiempo que hace que están en altamar, terminan por tocar tierra en una isla. Presumiéndola desierta se disponen a encontrar qué comer y beber y terminan dando con un casco habitado, al centro de una plantación gigantesca de bananas. 

La acción se complica cuando los residentes de la finca, engañados por sus propios miedos, deciden que los recién llegados tienen una agenda subrepticia para nada conveniente. El regente local es el baronet (interpretado por Gastón Jeandet, el más cómico y comprometido con el tono de la obra) que a su vez tiene dos sobrinos, Floriana y Alfredo, con su propia línea argumental. Si algo puede decirse de la forma en la que está presentada la historia es que no faltan los detalles.

La totalidad del elenco cumple múltiples funciones, en ocasiones cantando y en otras tocando diferentes instrumentos, en algunos casos haciendo ambas. Cuando la tensión se aplana apenas, siempre hay alguien dispuesto a la estridencia para volver a llamar la atención de los niños. Este cronista fue testigo de como ninguno se aburrió, en ningún momento.

La línea argumental es de piratas sólo en teoría, ya que toda la semiótica está repleta de referencias a la cultura rioplatense y sus minucias. Desde los ritmos, pasando por los mates y las referencias gastronómicas hasta el literal desembarco en un “mar de agua dulce”. El texto entretiene.

Esta oferta de invierno en el Galpón de Guevara, con música y canto en vivo, y el muy conveniente horario “post siesta” es una garantía de divertimento para chicos. Una muy buena alternativa en estas vacaciones.

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Yatencontraré – Por Fernando Johann

Quienes tienen la suerte de compartir cultura con las regiones del país más cercanas a la naturaleza virgen, saben de los muchos elementos, legendarios algunos, folklóricos otros, que relacionan la vida de todos los días con la magia de la selva, el río y los animales que allí viven.

Una de ellas, no la más autóctona pero al fin, es la que cuenta que el séptimo hijo varón posee, además de un padrino presidente, una habilidad muy particular de transformar su cuerpo al de un animal, coincidente con los ciclos de la luna.
Así es que en la Aldea Miní (lindo juego de palabras entre el tamaño y el acento de la palabra en guaraní), una minúscula aldea litoraleña con claros tonos del norte de la mesopotamia, en donde nos encontramos sólo con dos casas, habitan dos familias que allí viven apaciblemente.

Daniel Casablanca, Guadalupe Bervih, autores y actores y actores (y también cantantes) de esta puesta, nos cuentan y representan las vidas de  los Pereyraté y los Garciareté. Ambos apellidos con siete hijos, niños por un lado, niñas por el otro. La historia central, aunque corta, es la de los séptimos. Los, según la leyenda, especiales.

Haciendo las veces de todos los personajes, Casablanca y Bervih utilizan mínimos elementos para traer a la escena un sapo, un chancho, un yaguareté, un yacaré. Alternando relato, hábil y atractivo, con canciones que recorren la acción.

Desde atrás, pero siempre incorporados a la dinámica de los actores, los músicos en escena: Ricardo Scalise, Dolores Usandivaras acompañan con guitarra y acordeón, amalgamados en todo momento al tono del momento. Las melodías, muy pegadizas, hacen participar a los niños de manera natural. La música de la obra es sin dudas uno de los elementos salientes.

Todo el show es acompañado por una película, creada en vivo por Alejandro Bustos en la técnica de sombras de arena. El recurso, que ya tiene bastante exigencia al hacerse sobre el escenario, se utiliza además para interactuar con los personajes, como elemento de “efectos especiales”. Realmente un toque que hechiza a la audiencia, grandes y chicos.

Muy interesante programa para hacer en el marco de un despertar a otros ritmos, otro tipo de fábulas y un humor inocente. Los chicos se prenden magnéticamente desde el principio.

Dramaturgia: Daniel Casablanca, Guadalupe Bervih

Dirección: Andrés Sahade 

Elenco: Daniel Casablanca y Guadalupe Bervih

Música Original: Ricardo Scalise

Voz y Acordeón: Dolores Usandivaras

Sombras de Arena: Alejandro Bustos

Diseño de Arte: Analía Cristina Morales

Realización: Walter Lamas

Vestuario: Jorge Maselli y Beatriz Pertot

Diseño de Luces: Sebastián Ochoa

Asistencia de Producción: Melanie Gómez Moschen

Comunicación: Varas Otero

Diseño Gráfico: María Ana Tapia Sasot

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Cantando sobre la mesa – Por Fernando Johann


Las obras musicales de Midón y Gianni cuentan con un sello de garantía que no muchos poseen. Cantando sobre la mesa, escrita hace treinta años y en esta puesta, atravesando su tercera temporada, no es en lo más mínimo una excepción a esa expectativa.
La música se entremezcla con una dinámica imaginaria muy activa que atrae, quizás lo más importante de un plan con chicos, a los más pequeños de la sala con una eficiencia que le vale el mote de mágico.Aunque el público ideal probablemente no sean niños menores de 4 años, la sala se vió muy activa (mi hijo entre ellos) aún en esos infantes que no llegaban a dar aún sus cuatro vueltas al sol. La verdad es que los chicos la pasan muy bien.

Los padres también tienen oportunidad de divertirse ya que, a pesar que esta no es de las obras cargadas de contenido entre líneas de la dupla creativa Midón-Gianni, hay los suficientes chistes para pasar un buen rato. Dato interesante, el teatro 25 de Mayo (que vale la pena conocerlo solo por su arquitectura) cuenta con una gran “playa de estacionamiento” para coches, caso que los padres y/o abuelos asistan con más de un hijo/nieto. La practicidad se agradece.

Toda la obra está exquisitamente cantada. Los arreglos son de una complejidad justa y todos los integrantes del elenco (son 7 cantantes más los músicos) desempeñan de manera espléndida su rol. Las canciones son atractivas al oído e integran al público sin interpelarlo o masticarle el contenido. Ambos ingredientes necesarios para shows apuntados a niños que, a pesar de las tres décadas pasadas, sigue siendo efectivo.

El espectáculo vale la pena para conocer el teatro, mucho más por la calidad de la ejecución musical y el contenido, pero además, vale la pena ir a ver la labor de Martín Ruiz. Se que no estoy descubriendo nada, pero la cantidad de recursos, la prolijidad, la delicadeza con la que Ruiz recorre todo el espectro de su garganta, su cuerpo y su energía son en sí mismos un show aparte. Atención especial al futuro de Laura Bertonazzi que logró desde su lugar una magnética performance.

Muy recomendable plan de vacaciones de invierno. Muy recomendable plan en general.
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El Barbero de Sevilla – Por Fernando Johann

“Una ópera es una obra de teatro con música. En la ópera, los actores en el escenario son normalmente cantantes, en lugar de actores. La historia está contada en canciones y por la música de la orquesta. Y al igual que las obras de teatro, las óperas también pueden ser muy emocionantes. La ópera llena los oídos, los ojos y la mente.”

Eso es, palabras más palabras menos, lo primero que escuchan los chicos durante el paseo pensado para niños de la Ópera de Sydney en un intento por acercar este mundo a los más pequeños. Tarea que es a la vez, titánica y esencial. Con mucha más sensibilidad, Juventus Lyrica, ya en una parada necesaria del año, no sólo acerca a los niños sino que los sumerge de manera interactiva y comprometida, dentro de la ópera.

Continúan en Sydney: “Mucha gente, cuando piensa en la ópera, piensan en una mujer parada en el escenario haciendo un sonido horrible. Se imaginan a esta mujer chillando a todo pulmón… bueno, la ópera suena así a veces pero sin embargo, estos sonidos siempre son parte de una historia. No tiene sentido escuchar estos sonidos sin conocer la historia.”

Juventus lyrica se aparta con habilidad de este problema. Con magistral habilidad, la adaptación de María Jaunarena es simplemente exquisita y los niños, y también los padres la han disfrutado muchísimo. No siquiera como un acto que hay que disfrutar, sino como un momento que se hace disfrutar.

Risas por doquier, preguntas a padres tutores o encargados, los niños estuvieron atrapados en la teatralidad y musicalidad de la propuesta desde el minuto cero. El humor es inteligente y no menosprecia a nadie. Hay que decirlo, la pieza elegida se presta, en su carácter bufo, ideal para la empresa, pero no le quita eso ni un ápice de mérito.

Funciona muy bien todo. Hay que irse aplaudiendo y contento. Dentro de ese funcionamiento orgánico está la nota saliente de Gabriel Carasso como Fígaro, y Walter Schwartz cómo Basilio. La dinámica en escénica fue un poco menos vistosa que el lance del año pasado (La cenicienta, en la misma sala) y eso puede haberse notado en los más jóvenes de la sala en donde el apoyo visual es el pilar más fuerte del entretenimiento.

La orquesta sonó completa, redonda y en todo momento integrada a la acción. Los cantantes, aunque asistidos por micrófonos por razones prácticas y operativas, estuvieron impecables todos, aún con la dificultad que plantea la agilitá rossiniana en el cambio de idioma al español.

Refresca el alma ver cómo los niños corren al escenario a que los cantantes y músicos les firmen sus programas (que vienen preparados especialmente para la tarea). Es todo parte de un gran espíritu de esperanza para este espacio que debe evolucionar y adaptarse sin dejar de conservar las formas y desafiar a su público.

Parada obligatoria para hacer con chicos. Ah! El horario ideal.

Elenco

Fígaro: Gabriel Carasso – Fernando Grassi

Rosina: Laura Penchi – Constanza Díaz Falú

Bártolo: Roman Modzelewski

Conde de Almaviva: Sebastián Russo – Patricio Oliveira

Basilio: Walter Schwartz

Berta: María Goso – Cecilia Pérez San Martín

Adaptación y versión en español: María Jaunarena

Adaptación musical: Hernán Sánchez Arteaga

Dirección escénica y actoral: María Jaunarena

Preparación y dirección musicales: Hernán Sánchez Arteaga

Director musical asistente: Pablo Manzanelli

Escenografía e iluminación: Gonzalo Córdova

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Cenicienta – Por Fernando Johann

Un Rossini radiante decía, allá por 1817: “Antes de que termine el carnaval, toda Roma adorará a mi Cenicienta”. Jugando con la metáfora del propio cuento, el compositor comunicaba así a los presentes su convicción respecto de la ópera que había estrenado de manera catastrófica hace a penas horas.
Menos de un año después de Il barbiere, y con elementos claramente “prestados” de aquel éxito, La cenerentola se presentó al mundo sin pompa, a la expectativa de que  el tiempo le diera la razón al músico. Sin embargo, al pasar del cuento de Perrault a la ópera, la humilde criada que sueña con ir al baile ha perdido todos sus atributos mágicos: aquí no hay ninguna hada madrina que transforme a los ratones en caballos, a las ratas en cocheros y a los lagartos en lacayos con un toque de su varita. Y no es un zapatito sino una pulsera lo que la belleza deja atrás a modo de desafío para que su príncipe vuelva a encontrarla. El Siglo de las Luces ha encendido sus hogueras por toda Europa, y La Cenerentola se centra en las cuestiones candentes de la época, afrontando las divisiones sociales para revelar la crinolina bajo los harapo.
Eso en el papel que se escribiera hace un Siglo. Juventus Lyrica, para esta puesta decidió poner una alternativa que cierra perfectamente con el público objetivo, las necesidades de entretenimiento de estos tiempos y sobre todo, en consonancia con un deseo que ya por demasiado tiempo se ha pasado por alto.
La obra completa en español tiene en cuenta a los niños, a quién la compañía invita al teatro para ver por (quizás) primera vez un espectáculo de estas características. El teatro acomoda a los músicos de manera visible (algo que se debe en parte a las limitaciones de la sala pero que tiene un claro sentido deliberado ya que los instrumentos son siempre atractivos para los niños).
La elección de los colores en el vestuario y la coreografía que dinamiza permanentemente la acción. El humor moderno y apto para todo público así como los lances cómicamente torpes sobre el escenario. Todo apunta a encantar a los niños que reaccionan de una forma mejor imposible frente a uno de los formatos más exigentes para el público que tiene hoy el entretenimiento.
Este cronista asistió a la puesta del pasado sábado con un infante de dos años que no hizo otra cosa que maravillarse durante todo el transcurso de la obra ya sea por las interacciones entre los cantantes, las proyecciones animadas sobre el escenario, a la participación de niños en escena o los “ruidos” de los instrumentos sobre el escenario.
Tanta acción y entretenimiento hace pasar por alto lo bien que suena la música liderada por el Maestro Hernán Sánchez Arteaga todo el tiempo. La decisión de los micrófonos creo yo está más que justificada, no solo por la falta de acústica de la sala sino que además estamos en presencia de una multitud de niños con lo cual se asegura así el volumen y eso está bien.
Todos los cantantes cumplieron con su labor interpretativa. Todos fueron divertidos y accesibles a los niños (incluso el director). El espectáculo en cuanto a infantil es redondo y en cuanto a música también.
La responsabilidad que ha tomado el equipo de Anna D¨Anna con la conducción de María Jaunarena es sumamente estimulante para quienes gozamos con este género y formato. Tomar el desafío de encontrar nuevo público para la ópera y adaptar este título para el disfrute de los niños es algo que debemos aplaudir. Ir a ver, con niños, y volver a ir.


Elenco:
Cenicienta: Florencia Machado, Cecilia Pastawski – Laura Álvarez Renedo (cover) Dandini: Gabriel Carasso Príncipe Ramiro: Sebastián Russo, Santiago Martínez – Elías Ongay (cover) Alas de Oro: Walter Schwarz, Gabriel Vacas Clorinda (hermanastra): Laura Penchi, Sabrina Cirera Anastasia (hermanastra): Verónica Canaves, Estafanía Cap Magnífico: Enzo Romano, Roman Modzelewski Guardia imperial (coro): Max Hochmuth, Mauricio Merren, Elías Ongay, Julio Rallé, Rodolfo Pettinicchio, Germán Valenti